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La ropa debe ser siempre adaptada a la estación en la que se realice el Camino y a las distintas zonas geográficas por las que se va a hacer.

Por eso, esa decisión va a condicionar la composición de tu mochila, que ha de ser lo más ligera.

Calzado que ya hayas estrenado previamente y que te resulte cómodo para la aventura que vas a emprender.

Además de las botas de rigor, debes incluir también zapatillas deportivas y chanclas para los momentos de descanso entre etapa y etapa.

Un número de prendas razonable de tejidos aislantes de cambios térmicos del exterior, que te permita moverte sin sentir que llevas una pesada carga en tu espalda.

Un par de pantalones, un par de camisetas y un par de sudaderas serán suficientes.

Ropa interior y calcetines de algodón sin costuras y de lana para que te dejen la mayor libertad posible de movimientos.

De este modo, se puede evitar las siempre incómodas rozaduras y ampollas.

Crema con protección solar alta y también sombreros.

Viseras, gorras u otros complementos que eviten quemaduras y el malestar generalizado que puede provocar una insolación.

Cantimplora o cualquier utensilio que te permita llevar contigo agua.

O bebidas isotónicas para hidratarte con frecuencia durante tu recorrido, con independencia del tiempo que te acompañe.

Un pequeño botiquín.

Con tiritas, apósitos de gelatina, pinzas, agujas hipodérmicas, mercromina, analgésicos, antiinflamatorios y cualquier otro producto médico que, por tu situación, puedas llegar a necesitar.

Teléfono móvil y cargador externo y de pared.

Durante tu recorrido puedes necesitarlo para cualquier urgencia pero, sobre todo, para fotografiar todos los rincones que irás atravesando y que te dejarán sin palabras.